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CENTRO

Acrílico, impresión serigráfica, pan de oro sobre madera
40cm x 300cm 
2007

RAYANDO EL CENTRO 

Si el Centro Histórico es el núcleo sólido de la urbe, el lugar donde se produce una mayor densidad de memoria, podemos entender que Patricio Palomeque –su habitante y habitúe, su usuario pasivo y activo–, nos lo presente como una aplastante sucesión de magnitudes arquitectónicas que se repiten y reflejan sin cesar, como una trama cacofónica y algo tenebrosa, como un cáncer que se reproduce de un órgano a otro, trastornando la información natural, el orden establecido del código urbano.

Mezclando imágenes fotográficas a la manera de un video-jockey, usando la distorsión, el ruido y la estridencia a ritmo de scratch, Palomeque descompone y recompone fragmentos de la ciudad para revelamos el enclaustramiento de la polys en su pasado –los barrotes de pan de oro, con su reminiscencia colonial, metaforizan esa relación de reclusión y dependencia colectiva con la memoria–, y el sentimiento claustrofóbico del propio artista dentro de esa jaula dorada que instituye la cultura patrimonial y consumista (el comercio domina el Centro Histórico). Pero al mismo tiempo, en ese trastocamiento del plano, podemos advertir una estrategia desterritorializante, pues la larga línea quebrada que trazan las secuencias no sólo hace huir la ideología del patrimonio y del consumo, sino que en su fuga, en su despliegue horizontal, crea una insólita cartografía. Al dislocar la sintaxis de la ciudad –alterando la secuencia de la frase urbana, a modo de un hipérbaton visual–, rayándola (en el sentido de desquiciarla y de rayar el disco, tal cual operan los disc-jockeys), Centro nos descubre un nuevo, excéntrico lugar, que el artista ha transformado para devolverle su energía contradictora y erótica, restituyéndolo "como el espacio donde actúan y se encuentran fuerzas subversivas, fuerzas de ruptura, fuerzas lúdicas" (Barthes dixit), fuerzas que fisuran el simbolismo y funcionalismo prescritos y consensuados del centro; de ahí la manifestación estudiantil y el manojo de colegialas que lo coronan. 

En Centro, los signos icónicos (fotografías traspasadas serigráficamente de edificios, iglesias, casas, y alguna vez personas), como los signos plásticos (apliques de pan de oro, ocasionalmente manchas y salpicaduras de tinta que otorgan a los paneles una dimensión pictórica), están íntimamente ligados a la noción de impronta, de huella física, al concepto de indicio que caracteriza el uso de la fotografía en el arte contemporáneo (verbigracia: las serigrafías de Andy Warhol, particularmente las que tienen por tema las sillas eléctricas y los accidentes automovilísticos, cuyos procedimientos de impresión son un claro antecedente de la propuesta de Palomeque: incorporar a la obra la casualidad, los remanentes de pintura que quedan en la malla). Así, el empleo que el artista realiza de la fotografía con un valor de huella, de depósito material, de cliché –que la mediación de la serigrafía remarca–, confieren a los medios utilizados un carácter alegórico, pues en tanto técnicas de reproducción, permiten multiplicar los pasajes de una ciudad que en su encierro provinciano puede resultarnos tediosamente repetitiva, redundante. Ya el inusual soporte de las planchas, constituido por duelas ensambladas –tan frecuentes en las casas del radio histórico–, remiten metafóricamente a contenidos y discursos trajinados, consumidos, al recurrente paso y repaso sobre la memoria como depositaria y portadora de la identidad local. 

El pan de oro que en la Edad Media y en nuestra Colonia se asoció a la idea de divinidad (lux en sus aspectos naturales y metafísicos), con ese atenuado resplandor como venido de lejos –de otra época, de otro mundo–, contribuye decisivamente a crear la sensación de que este Centro, revelado en blanco y negro, y casi siempre deshabitado, se halla poseído por un doble lóbrego, por una entidad gótica que periódicamente reaparece y desaparece desde el fondo del tiempo imponiendo sus temibles hábitos y cercos, los límites que únicamente la voluntad solar de la juventud podrá derribar, aunque esa voluntad hoy por hoy se halle sensiblemente eclipsada. 

Cristóbal Zapata